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Capítulo Primero: Ésta es mi gente
Lunes 19 mayo
1997 - Nº 381
MIGUEL GONZÁLEZ, Madrid «Yo conocí al que ahora es mi marido siendo soldado y él cabo. Hemos estado trabajando los dos día a día, o sea, que era eso, desde primera hora de la mañana hasta primera hora de la noche. La gente, ya le digo, también es el primer caso de matrimonio en la Armada... La gente lo ve mal, porque yo no puedo tener un gesto cariñoso hacia mi marido dentro del cuartel. Ahora mi marido es cabo primero, yo soy cabo, y yo me dirijo a él como si me estuviera dirigiendo a cualquier otro cabo primero y es así la cosa. ¡Hombre! No lo tengo que tratar de usted, lógicamente, yo me dirijo a él y le estoy tratando de tú, pero yo no le puedo preguntar a nadie: ¿Has visto a mi marido? No. Y, por supuesto, él no se puede acercar a mí y darme un beso de buenos días en la mejilla... Si yo soy secretaria y mi marido es subdirector de la compañía y me da un beso de buenos días al llegar, a nadie le asustaría. Aquí, seguramente, me meterían un mes de arresto, como mínimo».
Carmen Bouza fue una de las primeras mujeres que se incorporó a la Infantería de Marina, hace ya cinco años. El pasado 28 de mayo, junto a otros tres compañeros, dos cabos primero del Ejército de Tierra y un cabo primero de la Armada, dos hombres y dos mujeres, compareció en el Congreso para explicar, a puerta cerrada, ante los diputados de la ponencia que estudia la profesionalización de las Fuerzas Armadas españolas, su experiencia militar. Y no se mordió la lengua.
«¿Que si estoy contenta con los años que llevo? Hay que tener mucha vocación para estar aquí, porque las posibilidades que nos dan, en un futuro próximo, son mínimas. O sea, yo estoy, como quien dice, pendiente de un hilo, como diciendo: ¿Qué puedo hacer mañana? Yo, por ejemplo, soy de la primera promoción que entró. Entramos cinco, de las cuales sólo dos hemos ascendido a cabo, una ya se ha ido a la calle, y de las dos que hemos ascendido a cabo, sólo una está haciendo el curso de cabo primero. Las posibilidades (de ascender) son mínimas, porque han salido poquísimas plazas. ¿Preparación que me dan para la calle? Por ahora, ninguna. Para ser sincera, ninguna. Yo solamente tengo la especialidad de seguridad, yo he estado tres años haciendo guardias, sin tiempo ni posibilidades de hacer ningún curso que me pudiera dar formación para el día de mañana, para la calle. Y nada más.»
Según datos del Ministerio de Defensa, las Fuerzas Armadas españolas cuentan actualmente con 1.774 mujeres, de las que 540 son oficiales o suboficiales y 1.243 soldados o marineros. Desde que, en 1988, las puertas de los cuarteles empezaron a abrirse para las mujeres, su incremento ha sido constante, aunque lento. Todavía, sin embargo, la mayor implantación femenina se da en cuerpos como los de Sanidad, Jurídico o Intervención. En teoría, una mujer puede ser en España teniente general, pero no puede ocupar puestos de combate en la Legión o la Brigada Paracaidista. Con la profesionalización total de los ejércitos, su presencia debería multiplicarse. Los cálculos de los expertos señalan que entre el 5 y el 15% de los efectivos de las futuras Fuerzas Armadas (entre 8.000 y 24.000) serán mujeres.
«Yo, cuando entré, fui casi de las primeras, hace tres años», explicó a los diputados la cabo primero Arancha Rodríguez. «Entonces, las consideraciones que tenían hacia nosotras eran, pues, trato mejor, hasta mejor ¿no? Pero siempre viéndonos como mujeres, no como militares, y ése ha sido el gran problema... Al principio, no se lo tomaban en serio los hombres, no sabían hasta dónde podíamos llegar, a qué estábamos allí, pero yo creo que se está demostrando que las que quieren, valen. La mayoría está demostrando que aquí estamos porque nos gusta y queremos cumplir. Eso es todo».
«El trato que tenemos con los compañeros y los mandos nos lo ganamos nosotras mismas», puntualizó Carmen Bouza. «Si yo estoy haciendo lo mismo que mi compañero, a mí no se me tiene que distinguir porque sea mujer. ¿Qué pasa? Que después ya va la persona... Si yo entro de guardia y pongo carita de pena, pues me van a decir: Siéntate. Cuando un compañero mío que está también cansado o hecho polvo... Quiero decir: es tu trabajo, estáte ahí en tu punto y hazlo bien. Por supuesto que no nos queremos ganar el favor de nadie. Yo estoy trabajando y quiero que se me vea exactamente igual que a un compañero».
«Respecto al trato con las mujeres, con mis compañeras», respondió el cabo primero de la Brigada Paracaidista Fernando Herrera, «desde luego hay compañías de fusiles que no pueden estar las mujeres, pero luego, en el grupo de lanzamiento o en el grupo logístico, sí que están perfectamente integradas y hacen su trabajo como cualquier otra persona, con la misma consideración, con el mismo trato. Teníamos el problema de las infraestructuras. Se les hizo un local aparte, con sus aseos y con todo, que no lo teníamos, pero eso se hizo, y vamos, el trato es fenomenal. Además, fue un poco al principio de ver a las mujeres, nos asombró muchísimo, pero, vamos, han defendido su puesto de trabajo como cualquier otro compañero nuestro».
La prohibición de que las mujeres se integren en unidades de combate es compartida incluso por varias de ellas, como Arancha Rodríguez. «Algunos destinos no son para las mujeres, desde mi punto de vista. Tengo compañeras que dicen que todos los destinos son para mujeres. Yo creo que no, porque la condición física de la mujer no es igual que la del hombre. Hay algunos destinos que considero duros para la mujer, no sé, para su persona».
No opina del mismo modo Carmen Bouza: «Nosotras en cuerpos operativos no podemos entrar, no nos dan esa oportunidad, pero yo, en el curso de ascenso, lo he hecho con compañeros míos de operaciones especiales, y a mí me han exigido lo mismo que a ellos en el curso, y debo hacer exactamente lo mismo. Después, ¿por qué no me dan la oportunidad de demostrar si yo puedo estar en un cuerpo operativo? Es que no me dan la oportunidad, y sin embargo he hecho exactamente lo mismo que ellos para el ascenso, para entrar, para todo eso».
M. G. , Madrid
La incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas españolas
ha planteado problemas hasta hace poco impensables, desde la regulación
de los permisos por maternidad (igual a la del resto de los funcionarios),
hasta la necesidad de adaptar los acuartelamientos (con aseos y dormitorios
separados por sexos) y la uniformidad (el pelo debe llevarse siempre recogido
y no se permite el maquillaje ni los adornos con uniforme de campaña)
sin olvidar la tipificación como falta grave de los «actos
contrarios a la libertad sexual» del subordinado en la nueva ley disciplinaria
castrense. Aún faltan, sin embargo, muchos problemas por resolver
y no está previsto, por ejemplo, que dos militares casados tengan
prioridad para obtener destino en la misma población.
En España no se han producido, hasta ahora, escándalos
sexuales como los que trascienden con frecuencia en las Fuerzas Armadas
de Estados Unidos. Quizá, porque la presencia femenina es todavía
muy minoritaria porque no se indaga oficialmente, como en Norteamérica,
sobre si los miembros de la milicia practican el adulterio o la continencia.
El cabo primero Herrera resumió esta filosofía cuando un diputado
le preguntó por el tratamiento que se da a la homosexualidad en el
Ejército: «No la hay. O sea, dentro de los acuartelamientos.
¿Fuera? Cada uno se va con quien quiere, eso está superclaro».