Las escritoras del Silencio
Elena Fonseca
La Guerra Civil Española duró desde 1936 a 1939, dividió
España, dejando odio, confusión y cárcel para los vencidos, odio y
prebendas para los vencedores, pobreza para muchos y un millón de
muertos de los dos lados.
Quienes vivieron la posguerra de esa guerra, en la que
Franco implantó su ley, no tenían donde mirar, porque hacia atrás era el
horror, y hacia delante, la nada.
Manuel Azaña, el último presidente de la República
Española dijo desde el exilio un año antes de morir: "Es obligación
moral, que cuando se acabe la guerra... y la antorcha pase a otras
manos, que se acuerden – si alguna vez el genio español vuelve a
enfurecerse con la intolerancia – de pensar en los muertos". Quienes
debían atender este mensaje sólo lo hicieron para atizar la venganza, el
miedo y las traiciones. Crecer en ese clima, en familias con los dos
bandos sentados a la mesa, era vivir en un estado de violencia que nada
tenía que ver con la paz.
En ese clima surgió una generación de escritoras, que
sin decirlo, denunció, junto a la decadencia generalizada, la particular
represión del régimen franquista sobre las mujeres. Venían de diferentes
regiones de España, unas más jóvenes que otras, pero las unía el peso de
la doble censura, la eclesiástica y la política, el aislamiento
cultural, la mayoría de los "maestros" se había ido al exilio y la
necesidad de dejar su testimonio en la memoria del país. Contaron la
realidad, de las mil maneras que elige la escritura para decir entre
líneas, lo que la censura no les permitía.
Eligieron un enfoque existencial, sin discursos, donde
ocultaban, bajo la simplicidad de lo cotidiano, un malestar muy grande,
la frustración, la soledad, la angustia, el desarraigo, la pobreza, el
hambre, y también la pobreza moral, la corrupción, la mentira, la
traición. Pertenecían al "realismo tremendista" y también al "cainismo",
por las delaciones que ellas denunciaron y se las llamó la "generación
del silencio".
Fueron muchas pero elegiremos a tres: Carmen Laforet y
su novela "Nada"(1944), premio Nadal; Carmen Martín-Gaite y "Entre
Visillos"(1958), Premio Nadal también y Ana María Matute y "Primera
Memoria" (1960), también Premio Nadal.
Carmen Laforet (Barcelona, 1921)
Estudiante de Filosofía y Letras, escribió "Nada"
a los 23 años, asombrando con su estilo desnudo, el ahorro de elementos
narrativos, y el tono terriblemente triste con que cuenta la historia de
Andrea, una muchacha de provincias que llega a la casa de su abuela
materna, en Barcelona, para seguir sus estudios en el Instituto; sus
padres han muerto y se presume que eran "rojos", comunistas o
republicanos, en una palabra, vencidos. Laforet, que asombró también con
el arrollador éxito de ventas describe la casa de la calle de Aribau con
los signos de la decadencia: humedades, telarañas, olores rancios, luces
siempre tristes, muebles vendidos para comer, y a sus habitantes,
violentos, mezquinos, sórdidos. Los tíos de Andrea, hermanos de su
madre, se amenazan mutuamente con un pasado vergnzoso; la tía Angustias,
reprimida y represora, decide entrar a un convento al no poder asumir su
sexualidad. Sólo se salva la abuela, personaje querible, que impotente
frente a esa familia que ya no conoce, defiende a Andrea y a su cuñada
Gloria, maltratada por su marido, y de manera evangélica les guarda
comida y cuida de la violencia.
Andrea es una inconformista que rechaza a su familia
burguesa, católica, moralmente desmoronada; la misma noche de su llegada
escandaliza a Angustias ¡¡cuando decide ducharse de noche al llegar!! La
llegada es tarde de noche: "Enfilamos la calle de Aribau con sus
plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vívido de
la respiración de mil almas detrás de los balcones apagados...Aquí es,
dijo el cochero... y comencé a subir muy despacio la escalera...Luego me
pareció todo una pesadilla". La novela se termina como con la
contrapartida de la llegada, Andrea es invitada por su amiga Ena y su
familia a vivir en Madrid, donde todo puede ser diferente: "Bajé la
escalera despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible
esperanza, el anhelo de vida con que las había subido por primera vez...
Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente
esperaba, la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el
amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así
creía yo entonces... Los primeros rayos de sol chocaban contra las
ventanas del coche...Unos momentos después, la calle de Aribau y
Barcelona entera quedaban detrás de mí".
La Andrea de Carmen Laforet es la imagen de una mujer
que sabe lo que no quiere. En su rechazo, está su fuerza. La casa de la
calle de Aribau es una alegoría de la decadencia de la sociedad española
de la posguerra.
La novela se inicia con una poesía de Juan Ramón Jiménez
titulada Nada: "A veces un gusto amargo,/Un olor malo, una rara/Luz,
un tono desacorde,/Un contacto que desgana,/Como realidades
fijas/Nuestros sentidos alcanzan/Y nos parecen que son/La verdad no
sospechada..."
Carmen Martín-Gaite (Salamanca, 1925-2000)
Estudió también Filosofía y Letras. Cumplidos los 30,
ganó el prestigiosísimo premio "Café Guijón", con "El Balneario" y tres
años más tarde, en 1957, el "Nadal" con "Entre Visillos", novela de
múltiples personajes, chicas y chicos que viven un lento verano en una
ciudad de provincias. En este caso el inconformismo ante la actitud
pasiva, ante el hastío de una juventud desilusionada, cínica en algunos
casos, prematuramente corrupta en otros, aburrida en todos, lo encarna
un personaje masculino, Pablo Klein, profesor de alemán.
Las conversaciones entre las jóvenes, las mediocres
apuestas de vida, casarse lo antes posible con un chico "bien", que casi
siempre es capitán de aviación, la obediencia a las órdenes paternas, el
respeto al qué dirán, el interés por las "puestas de largo", el miedo a
mostrar los sentimientos y el terror (y fascinación) a la sexualidad que
aflora pero que se trata de ocultar, son el tejido de "Entre
Visillos", novela que esconde un retrato en negativo de una
juventud en desacuerdo total entre lo que todavía algunas sueñan y lo
que se atreven a vivir. "Eran veinteañeros que estaban esperando el
porvenir" pero el porvenir simplemente no existía. La recurrencia a los
trenes de llegada y de salida, no es casual, hay que irse, aunque no se
sepa adónde.
La autora se coloca ajena al drama que describe, mira
"desde la ventana","entre visillos", a esas mujeres que
ven pasar su juventud sin poder incidir en sus destinos. El hecho de que
sea un hombre y casi extranjero quien refleja sus identidades grises es
también otra denuncia porque su influencia liberadora, al estilo "Bella
Durmiente" muy a su pesar, pasa por el inevitable
enamoramiento.
La última escena pasa en una estación de trenes, con
Natalia, la única que tal vez se salve a través de su Diario,
despidiendo a Pablo: "Pero usted vuelve, ¿no?...Vuelve usted después
de las vacaciones, ¿verdad? A ver si no vuelve, dijo casi gritando".
En el camino habían quedado Gertru, Mercedes, Julia, Elvira, Alicia,
la más pobre, porque entre fiesta y fiesta, algunos también pasaban
hambre. Y Fonsi, "aquella chica de quinto que tuvo un hijo el año
pasado" y a quien ninguna volvió a ver.
Carmen Martín Gaite, escribe con un puntual lenguaje
coloquial provinciano, y no se limita a la critica del régimen
franquista, sino también al lugar que la incipiente sociedad capitalista
española le daba a la mujer. Con humor dedica la novela "Para mi
hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y
se reía, sentada en el rellano".
Ana María Matute (1926, Barcelona)
Escribe "Primera Memoria" a los 34 años,
en 1960 y es más explícita que las anteriores en su denuncia de la
dictadura franquista. La novela pasa en una isla, presumiblemente
Mallorca, adonde llega Maite, huérfana, de un padre "rojo" y una madre
¡Que Dios la tenga en su gloria! Doña Práxedes, su abuela materna,
fuerte terrateniente, devota de los santos y de Franco, es descrita como
un personaje odioso, con ojos como dos peces tentaculares o como dos
cangrejos patudos, con una mirada fría como dos monedas, con pies que
desbordan de sus zapatos, con una boca oscura que engulle comprimidos y
con un anillo de brillantes que despide reflejos de cólera y era sucio y
feo. Queda claro que "la gran bestia" como la llama el ambiguo primo
Borja, un año mayor que Maite, es el personaje que encarna la fealdad
moral de la clase alta española prendida a los favores del
régimen.
"Te domaremos" le dijo la abuela cuando la
expulsaron del Colegio de Nuestra Señora de los Ángeles. "Comprendí
que me quedaría allí para siempre... nos aburríamos y nos exasperábamos
con la paz hipócrita de la isla." Maite y Borja, con 14 y 15 años,
se escabullen de la vigilancia de la abuela y con un joven preceptor que
no consigue hacerse obedecer, salen de los muros de la gran casa, y
recorren la isla, descubriendo el esplendor de la naturaleza, los
almendros con el sol enredado en ellos, las magnolias, las uvas y
siempre el mar, verde y rubí según la hora. Pero también el espanto, el
asesinato impune de "un rojo", el odio a una madre soltera, a quien se
le rapa la melena pelirroja, los juegos salvajes entre varones, y la
plaza donde antiguamente se quemaba a los judíos, como para recordar que
en ese país, la intolerancia es antigua. El sol es una referencia
permanente como la única liberación posible, como lo bueno, lo cálido y
también una forma de rescatarlo del "Cara al sol", el himno de la
Falange.
El final en el que Maite se calla aceptando la mentira
de Borja y traicionando a su amigo, hijo del muerto, es de una crudeza,
también muy española española. Quedará para el resto de su vida con la
culpa de esa traición y entrará "al sucio mundo de los mayores...y en
él sólo habrá una voz que me dice: cobarde, traidora,
cobarde".
En el acápite se lee: "A ti el Señor no te ha
enviado, y, sin embargo, tomando Su nombre has hecho que este pueblo
confiase en la mentira". Jeremías 28-15: