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Doña Hortigosa no
dudará en ofrecerse para llevar algún remedio a la exigente juventud de
Lorenza, siendo cómplice del proyecto la sobrina Cristina. Lorenza se
debate entre el placer y la honra. Entre Lorenza y la doncella se
establece un pícaro diálogo. La industria de doña Hortigosa es la
encargada de que nada se sepa. Lorenza le cuenta a su vecina que los celos
del viejo llegan hasta el punto de no permitir gatos ni perros en la casa,
rehusando incluso comprar telas con figuras de hombres. Siete puertas se
mantienen cerradas, salvo por algún ocasional descuido, como el del día en
cuestión, la aíslan de la calle. Aunque duerme con el viejo, no ha podido
saber dónde esconde las llaves.
Hortigosa se despedirá augurando un
saludable cambio en la vida de Lorenza. Desaparecen de escena los tres
personajes.
A continuación salen a ella el viejo Cañizares y un
compadre. La conversación trata sobre la inquietud y los celos del viejo,
que recela <<del sol que mira a Lorencica, del aire que la toca y de
las faldas que la vapulan ...>>. Otros motivos de desconfianza no
los podría tener, porque ni siquiera deja penetrar en la casa a las
vecinas, las cuales son causa también de sus temores. Cañizares no deja
tampoco que su amigo franquee la puerta de la casa. Se van ambos
personajes por distintos lados.
Salen otra vez Lorenza y Cristina
preguntándose por la tardanza del viejo y de la vecina, a quienes esperan
con ánimos bien distintos. Al tiempo que llega Cañizares, llaman a la
puerta. Quien llama es Hortigosa, que viene a ofrecer un guadamecí pintado
con cuatro figuras, que vende para librar a un hijo de la cárcel. Muy a su
pesar, Cañizares consentirá en recibir a Hortigosa. Entra ésta y, a la vez
que extiende el guadamecí, pasa por detrás el galán para Lorenza.
Cañizares ve las figuras arrebozadas en la labor y reprende a la sobrina
por haber dejado pasar tal vergüenza.
Cristina se asusta pensando
que el viejo se ha percatado del galán y se sobresalta, pero interviene
Lorenza: <<Por las pinturas lo dice, y no por otra cosa>>.
Cañizares despacha a la vecina dándole un doblón. Hortigosa se entretiene
ofreciendo a Lorenza toda suerte de ungüentos para sus dolencias y
encolerizando al viejo, que acaba por enojarse, fingiendo Lorenza que
también se enfada y corriendo a encerrarse en su habitación. Ida ya
Hortigosa, Lorenza habla desde dentro con su sobrina, contándole las
gracias de su galán.
Cristina responde con el sonsonete:
<<Jesús, qué locuras y qué niñerías>>, pidiendo al viejo que
reprima los despropósitos de su tía. Este picante diálogo hace que
Cañizares entre en la habitación por la fuerza, pero es Lorenza quien se
adelanta a abrir la puerta, dando al mismo tiempo en el rostro del anciano
con el agua de una bacía, lo cual aprovecha el galán para escapar. No
satisfecha con todo, Lorenza comienza a lamentarse en voz alta de la
desconfianza de Cañizares. Acuden el alguacil, un bailarín, músicos y
Hortigosa. Cañizares tiene que contestar las preguntas del alguacil y
pedir perdón a la vecina. Los músicos tocan una pieza y cantan una letra.
Cañizares se lamentará de las vecinas, mientras que Lorenza les besa las
manos.
Cristina no desconfía de servirse de ellas. <<Y adiós,
señoras vecinas>>.
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