La casa de Bernarda Alba.
Drama de mujeres en los pueblos de España
Obras
completas de Lorca: http://www.fut.es/~picl/libros/glorca/gl000000.htm
Personajes
Bernarda, 60 años. |
María Josefa, madre de Bernarda, 80 años. |
Angustias, (hija), 39 años. |
La Poncia, 60 años. |
Mujer 1 |
Magdalena, (hija), 30 años. |
Criada, 50 años. |
Mujer 2 |
Amelia, (hija), 27 años. |
Mendiga, con niña. |
Mujer 3 |
Martirio, (hija), 24 años. |
Mujeres de luto. |
Mujer 4 |
Adela, (hija), 20 años. |
Muchacha |
El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un
documental fotográfico.
Acto tercero
Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa
de Bernarda. Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las
puertas, iluminadas por la luz de los interiores, dan un tenue fulgor a la
escena. En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y
sus hijas. La Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte.
(Al
levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y
cubiertos.)
Prudencia: Ya me voy. Os he hecho una visita
larga. (Se levanta.)
Bernarda: Espérate, mujer. No nos
vemos nunca.
Prudencia: ¿Han dado el último toque para el
rosario?
La Poncia: Todavía no.
(Prudencia se
sienta.)
Bernarda: ¿Y tu marido cómo sigue?
Prudencia: Igual.
Bernarda: Tampoco lo vemos.
Prudencia: Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus
hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone una
escalera y salta las tapias del corral.
Bernarda: Es un verdadero
hombre. ¿Y con tu hija...?
Prudencia: No la ha perdonado.
Bernarda: Hace bien.
Prudencia: No sé qué te diga.
Yo sufro por esto.
Bernarda: Una hija que desobedece deja de ser
hija para convertirse en una enemiga.
Prudencia: Yo dejo que el
agua corra. No me queda más consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me
estoy quedando sin vista tendré que dejar de venir para que no jueguen con una
los chiquillos. (Se oye un gran golpe, como dado en los muros.) ¿Qué es
eso?
Bernarda: El caballo garañón, que está encerrado y da coces
contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo y que salga al corral! ( En voz
baja.) Debe tener calor.
Prudencia: ¿Vais a echarle las
potras nuevas?
Bernarda: Al amanecer.
Prudencia:
Has sabido acrecentar tu ganado.
Bernarda: A fuerza de dinero
y sinsabores.
La Poncia: (Interviniendo.) ¡Pero tiene la
mejor manada de estos contornos! Es una lástima que esté bajo de precio.
Bernarda: ¿Quieres un poco de queso y miel?
Prudencia:
Estoy desganada.
(Se oye otra vez el golpe.)
La
Poncia: ¡Por Dios!
Prudencia: ¡Me ha retemblado dentro del
pecho!
Bernarda: (Levantándose furiosa) ¿Hay que decir las
cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en los montones de paja! (Pausa, y
como hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra, pero
dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y
se sienta otra vez.) ¡Ay, qué vida!
Prudencia: Bregando como
un hombre.
Bernarda: Así es. (Adela se levanta de la
mesa.) ¿Dónde vas?
Adela: A beber agua.
Bernarda:
(En alta voz.) Trae un jarro de agua fresca. (A Adela.) Puedes
sentarte. (Adela se sienta.)
Prudencia: Y Angustias,
¿cuándo se casa?
Bernarda: Vienen a pedirla dentro de tres días.
Prudencia: ¡Estarás contenta!
Angustias: ¡Claro!
Amelia: (A Magdalena.) ¡Ya has derramado la sal!
Magdalena: Peor suerte que tienes no vas a tener.
Amelia: Siempre trae mala sombra.
Bernarda:
¡Vamos!
Prudencia: (A Angustias.) ¿Te ha regalado ya
el anillo?
Angustias: Mírelo usted. (Se lo alarga.)
Prudencia: Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas
significaban lágrimas..
Angustias: Pero y a las cosas han
cambiado.
Adela: Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo
mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes.
Prudencia:
Es más propio.
Bernarda: Con perlas o sin ellas las cosas son
como una se las propone.
Martirio: O como Dios dispone.
Prudencia: Los muebles me han dicho que son preciosos.
Bernarda: Dieciséis mil reales he gastado.
La Poncia:
(Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna.
Prudencia: Nunca vi un mueble de éstos.
Bernarda:
Nosotras tuvimos arca.
Prudencia: Lo preciso es que todo sea
para bien.
Adela: Que nunca se sabe.
Bernarda: No
hay motivo para que no lo sea.
(Se oyen lejanísimas unas campanas.)
Prudencia: El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a
que me enseñes la ropa.
Angustias: Cuando usted quiera.
Prudencia: Buenas noches nos dé Dios.
Bernarda:
Adiós, Prudencia.
Las cinco a la vez: Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale Prudencia.)
Bernarda: Ya hemos
comido. (Se levantan.)
Adela: Voy a llegarme hasta el
portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco.
(Magdalena
se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.)
Amelia:
Yo voy contigo.
Martirio: Y yo.
Adela: (Con
odio contenido.) No me voy a perder.
Amelia: La noche quiere
compaña.
(Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la
mesa.)
Bernarda: Ya te he dicho que quiero que hables con tu
hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
Angustias: Usted sabe que ella no me quiere.
Bernarda:
Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero
quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
Angustias:
Sí.
Bernarda: Pues ya está.
Magdalena:
(Casi dormida.) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se
duerme.)
Angustias: Tarde me parece.
Bernarda:
¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
Angustias: A las
doce y media.
Bernarda: ¿Qué cuenta Pepe?
Angustias:
Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si
le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras
preocupaciones.»
Bernarda: No le debes preguntar. Y cuando te
cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás
disgustos.
Angustias: Yo creo, madre, que él me oculta muchas
cosas.
Bernarda: No procures descubrirlas, no le preguntes y,
desde luego, que no te vea llorar jamás.
Angustias: Debía estar
contenta y no lo estoy.
Bernarda: Eso es lo mismo.
Angustias: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me
borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las que
levantan los rebaños.
Bernarda: Eso son cosas de debilidad.
Angustias: ¡Ojalá!
Bernarda: ¿Viene esta noche?
Angustias: No. Fue con su madre a la capital.
Bernarda: Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
Angustias: Está dormida.
(Entran Adela, Martirio y
Amelia.)
Amelia: ¡Qué noche más oscura!
Adela:
No se ve a dos pasos de distancia.
Martirio: Una buena noche
para ladrones, para el que necesite escondrijo.
Adela: El caballo
garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo
lo oscuro.
Amelia: Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
Adela: Tiene el cielo unas estrellas como puños.
Martirio: Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar
el cuello.
Adela: ¿Es que no te gustan a ti?
Martirio:
A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro
de las habitaciones tengo bastante.
Adela: Así te va a ti.
Bernarda: A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
Angustias: Buenas noches.
Adela: ¿Ya te acuestas?
Angustias: Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)
Adela: Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un
relámpago se dice:
Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con
papel y agua bendita?
Bernarda: Los antiguos sabían muchas
cosas que hemos olvidado.
Amelia: Yo cierro los ojos para no
verlas.
Adela: Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo
que está quieto y quieto años enteros.
Martirio: Pero estas cosas
nada tienen que ver con nosotros.
Bernarda: Y es mejor no pensar
en ellas.
Adela: ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme
hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
Bernarda:
Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
Amelia: Está en el primer
sueño.
Bernarda: ¡Magdalena!
Magdalena:
(Disgustada.) ¡Dejarme en paz!
Bernarda: ¡A la cama!
Magdalena: (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una
tranquila! (Se va refunfuñando.)
Amelia: Buenas noches.
(Se va.)
Bernarda: Andar vosotras también.
Martirio: ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias?
Bernarda: Fue de viaje.
Martirio: (Mirando a
Adela.) ¡Ah!
Adela: Hasta mañana. (Sale.)
(Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del
corral. Sale La Poncia.)
La Poncia: ¿Estás todavía aquí?
Bernarda: Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte
alguna « la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.
La Poncia:
Bernarda, dejemos esa conversación.
Bernarda: En esta casa no
hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
La Poncia: No
pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en
alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos.
Bernarda: Mis hijas tienen la respiración tranquila.
La Poncia: Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí, con
servir tu casa tengo bastante.
Bernarda: Ahora te has vuelto
callada.
La Poncia: Me estoy en mi sitio, y en paz.
Bernarda: Lo que pasa es que no tienes nada que decir. Si en esta
casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del
vecindario.
La Poncia: Yo tapo más de lo que te figuras.
Bernarda: ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana?
¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?
La Poncia:
No dicen nada.
Bernarda: Porque no pueden. Porque no hay
carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!
La
Poncia: Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no
estés segura.
Bernarda: ¡Segurísima!
La Poncia: ¡A
lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te
para el corazón!
Bernarda: Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta
contra tus suposiciones.
La Poncia: Pues mejor para ti.
Bernarda: ¡No faltaba más!
Criada:
(Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo,
Bernarda?
Bernarda: (Levantándose.) Nada. Yo voy a
descansar.
La Poncia: ¿A qué hora quiere que la llame?
Bernarda: A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se
va.)
La Poncia: Cuando una no puede con el mar lo más fácil
es volver las espaldas para no verlo.
Criada: Es tan orgullosa
que ella misma se pone una venda en los ojos.
La Poncia: Yo no
puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves
este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos
barrerán a todas. Yo he dicho lo que tenía que decir.
Criada:
Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un
hombre entre mujeres solas.
La Poncia: No es toda la culpa de
Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y ésta
estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un
hombre es un hombre.
Criada: Hay quien cree que habló muchas
noches con Adela.
La Poncia: Es verdad. (En voz baja) Y
otras cosas.
Criada: No sé lo que va a pasar aquí.
La
Poncia: A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra..
Criada: Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada
pase.
La Poncia: Las cosas se han puesto ya demasiado maduras.
Adela está decidida a lo que sea, y las demás vigilan sin descanso.
Criada: ¿Y Martirio también?
La Poncia: Ésa es la
peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo
si estuviera en su mano.
Criada: ¡Es que son malas!
La
Poncia: Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida
hasta la sangre. ¡Chisssssss! (Escucha.)
Criada: ¿Qué
pasa?
La Poncia: (Se levanta.) Están ladrando los perros.
Criada: Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale
Adela en enaguas blancas y corpiño.)
La Poncia: ¿No te habías
acostado?
Adela: Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la
mesa.)
La Poncia: Yo te suponía dormida.
Adela:
Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no descansáis?
Criada:
Ahora.
(Sale Adela.)
La Poncia: Vámonos.
Criada: Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descansar en
todo el día.
La Poncia: Llévate la luz.
Criada:
Los perros están como locos.
La Poncia: No nos van a dejar
dormir.
(Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con
una oveja en los brazos.)
María Josefa:
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La
hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda,
cara de leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee,
meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén.(Ríe)
Ni tú ni yo
queremos dormir.
La puerta sola se abrirá
y en la playa nos
meteremos
en una choza de coral.
Bernarda,
cara de
leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee,
meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén!
(Se va cantando.
Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta del
corral. Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro
de la escena. También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de
talle. Sale por enfrente de ella María Josefa.)
Martirio:
Abuela, ¿dónde va usted?
María Josefa: ¿Vas a abrirme la
puerta? ¿Quién eres tú?
Martirio: ¿Cómo está aquí?
María Josefa: Me escapé. ¿Tú quién eres?
Martirio:
Vaya a acostarse.
María Josefa: Tú eres Martirio, ya te veo.
Martirio, cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste.
Martirio: ¿Dónde cogió esa oveja?
María Josefa: Ya
sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es
tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara
de hiena.
Martirio: No dé voces.
María Josefa: Es
verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener
crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá
otro niño, y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una
y otra y otra. Luego nos sentaremos todos, y todos tendremos el cabello blanco y
seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espuma? Aquí no hay más que mantos de luto.
Martirio: Calle, calle.
María Josefa: Cuando mi
vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí, y
así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las
vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan.
¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero
casas abiertas, y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y
los hombres fuera, sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas
lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo. No
granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!
Martirio:
(Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
María Josefa: Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
Martirio: De seguro.
María Josefa:
(Llorando.)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La
hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el
pan.
(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María
Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos
más.)
Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa.
Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece
Adela. Viene un poco despeinada.)
Adela: ¿Por qué me buscas?
Martirio: ¡Deja a ese hombre!
Adela: ¿Quién eres
tú para decírmelo?
Martirio: No es ése el sitio de una mujer
honrada.
Adela: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
Martirio: (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo
hable. Esto no puede seguir así.
Adela: Esto no es más que el
comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no
tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que
era mío, lo que me pertenecía.
Martirio: Ese hombre sin alma vino
por otra. Tú te has atravesado.
Adela: Vino por el dinero, pero
sus ojos los puso siempre en mí.
Martirio: Yo no permitiré que lo
arrebates. El se casará con Angustias.
Adela: Sabes mejor que yo
que no la quiere.
Martirio: Lo sé.
Adela: Sabes,
porque lo has visto, que me quiere a mí.
Martirio:
(Desesperada.) Sí.
Adela: (Acercándose.) Me
quiere a mí, me quiere a mí.
Martirio: Clávame un cuchillo si es
tu gusto, pero no me lo digas más.
Adela: Por eso procuras que no
vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí, tampoco. Ya
puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace
terrible, porque tú lo quieres también, ¡lo quieres!
Martirio:
(Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos.
¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
Adela: (En un arranque, y abrazándola.) Martirio,
Martirio, yo no tengo la culpa.
Martirio: ¡No me abraces! No
quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte
como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
Adela: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que
se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
Martirio: ¡No será!
Adela: Ya no aguanto el horror
de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él
quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre,
perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la
corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
Martirio: ¡Calla!
Adela: Sí, sí. (En voz
baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me
importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando
le venga en gana.
Martirio: Eso no pasará mientras yo tenga una
gota de sangre en el cuerpo.
Adela: No a ti, que eres débil: a un
caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo
meñique.
Martirio: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
Adela: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido
dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto
nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se
le pone delante.)
Martirio: ¿Dónde vas?
Adela:
¡Quítate de la puerta!
Martirio: ¡Pasa si puedes!
Adela: ¡Aparta! (Lucha.)
Martirio: (A
voces.) ¡Madre, madre!
Adela: ¡Déjame!
(Aparece
Bernarda. Sale en enaguas con un mantón negro.)
Bernarda:
Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los
dedos!
Martirio: (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él!
¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
Bernarda: ¡Esa es la
cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de
presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto
hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda
nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
Magdalena:
¡Adela!
(Salen la Poncia y Angustias.)
Adela:
Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a
decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera
un león.
Angustias: ¡Dios mío! Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde
está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el
fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás
Martirio.)
Adela: ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)
Angustias: (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo
en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra casa!
Magdalena:
¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un
disparo.)
Bernarda: (Entrando.) Atrévete a buscarlo
ahora.
Martirio: (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
Adela: ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
La Poncia: ¿Pero lo habéis matado?
Martirio: ¡No!
¡Salió corriendo en la jaca!
Bernarda: No fue culpa mía. Una
mujer no sabe apuntar.
Magdalena: ¿Por qué lo has dicho entonces?
Martirio: ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre su
cabeza.
La Poncia: Maldita.
Magdalena:
¡Endemoniada!
Bernarda: Aunque es mejor así. (Se oye como
un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
La Poncia: (En la puerta.)
¡Abre!
Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la
vergüenza.
Criada: (Entrando.) ¡Se han levantado los
vecinos!
Bernarda: (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre,
porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela!
(Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón
y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
La Poncia:
(Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda
da un grito y avanza.)
La Poncia: ¡No entres!
Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de
las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen!
Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella
ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.
Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a
cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.)
Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella,
la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio,
silencio he dicho! ¡Silencio!
Día viernes 19 de junio, 1936.
Telón rápido.