La casa de Bernarda Alba.
Drama de mujeres en los pueblos de España
Obras
completas de Lorca: http://www.fut.es/~picl/libros/glorca/gl000000.htm
Personajes
Bernarda, 60 años. |
María Josefa, madre de Bernarda, 80 años. |
Angustias, (hija), 39 años. |
La Poncia, 60 años. |
Mujer 1 |
Magdalena, (hija), 30 años. |
Criada, 50 años. |
Mujer 2 |
Amelia, (hija), 27 años. |
Mendiga, con niña. |
Mujer 3 |
Martirio, (hija), 24 años. |
Mujeres de luto. |
Mujer 4 |
Adela, (hija), 20 años. |
Muchacha |
El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un
documental fotográfico.
Acto primero
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos.
Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas
de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es
verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el
telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.
(Sale la Criada)
Criada: Ya tengo el doble de esas
campanas metido entre las sienes.
La Poncia: (Sale comiendo
chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de
todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la
Magdalena.
Criada: Es la que se queda más sola.
La
Poncia: Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos
solas un poquito! Yo he venido a comer.
Criada: ¡Si te viera
Bernarda...!
La Poncia: ¡Quisiera que ahora, que no come ella,
que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le
he abierto la orza de chorizos.
Criada: (Con tristeza,
ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
La Poncia:
Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta!
Voz (Dentro): ¡Bernarda!
La Poncia: La
vieja. ¿Está bien cerrada?
Criada: Con dos vueltas de llave.
La Poncia: Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos
como cinco ganzúas.
Voz: ¡Bernarda!
La Poncia:
(A voces) ¡Ya viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Si
Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan.
Criada: ¡Qué mujer!
La Poncia: Tirana de todos los
que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres
durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita
cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado!
Criada: Sangre en las manos
tengo de fregarlo todo.
La Poncia: Ella, la más aseada; ella, la
más decente; ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido.
(Cesan las campanas.)
Criada: ¿Han venido todos
sus parientes?
La Poncia: Los de ella. La gente de él la odia.
Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz.
Criada: ¿Hay
bastantes sillas?
La Poncia: Sobran. Que se sienten en el suelo.
Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo
estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!
Criada: Contigo se portó bien.
La Poncia: Treinta
años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches en vela
cuando tose; días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y
llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea!
¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos!
Criada: ¡Mujer!
La Poncia: Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dice y
muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos
trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré.
Criada: Y ese día...
La Poncia: Ese día me
encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. "Bernarda,
por esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto machacado por
los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio
la vida. La quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la
mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás mucha
puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.
Criada: ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
La Poncia:
Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.
Criada: Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos
nada.
La Poncia: (En la alacena) Este cristal tiene unas
motas.
Criada: Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan.
(Suenan las campanas)
La Poncia: El último
responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el
"Pater noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de
agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo!
Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa de mi madre,
que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como
si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo) ¡Ameeeén! (Se
echa a toser)
Criada: Te vas a hacer el gaznate polvo.
La Poncia: ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo)
(La Criada limpia. Suenan las campanas)
Criada:
(Llevando el canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya
perdonado!
Mendiga: (Con una niña) ¡Alabado sea Dios!
Criada: Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años'. Tin, tin,
tan.
Mendiga: (Fuerte con cierta irritación) ¡Alabado sea
Dios!
Criada: (Irritada) ¡Por siempre!
Mendiga: Vengo por las sobras.
(Cesan las
campanas)
Criada: Por la puerta se va a la calle. Las sobras
de hoy son para mí.
Mendiga: Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi
niña y yo estamos solas!
Criada: También están solos los perros y
viven.
Mendiga: Siempre me las dan.
Criada: Fuera
de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados.
(Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales,
camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra
con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para
contarlo! (Vuelven a sonar las campanas) Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡venga
caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás
tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de
paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las
enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos,
empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos
negros. Entran lentamente hasta llenar la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay
Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de
esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del
cabello) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?
(Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus
cinco hijas)
Bernarda: (A la Criada) ¡Silencio!
Criada: (Llorando) ¡Bernarda!
Bernarda:
Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más
limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va
sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran
hechos de otras sustancias.
Mujer 1: Los pobres sienten también
sus penas.
Bernarda: Pero las olvidan delante de un plato de
garbanzos.
Muchacha 1: (Con timidez) Comer es necesario
para vivir.
Bernarda: A tu edad no se habla delante de las
personas mayores.
Mujer 1: Niña, cállate.
Bernarda:
No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa)
(Fuerte) Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama.
¿Me has oído?
Mujer 2: (A Bernarda) ¿Habéis empezado los
trabajos en la era?
Bernarda: Ayer.
Mujer 3: Cae
el sol como plomo.
Mujer 1: Hace años no he conocido calor igual.
(Pausa. Se abanican todas)
Bernarda: ¿Está hecha
la limonada?
La Poncia: (Sale con una gran bandeja llena de
jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda.
Bernarda:
Dale a los hombres.
La Poncia: Ya están tomando en el patio.
Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen
por aquí.
Muchacha: (A Angustias) Pepe el Romano estaba
con los hombres del duelo.
Angustias: Allí estaba.
Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo
ha visto ni ella ni yo.
Muchacha: Me pareció...
Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de
tu tía. A ése lo vimos todas.
Mujer 2: (Aparte y en baja
voz) ¡Mala, más que mala!
Mujer 3: (Aparte y en baja
voz) ¡Lengua de cuchillo!
Bernarda: Las mujeres en la iglesia
no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver
la cabeza es buscar el calor de la pana.
Mujer 1: (En voz
baja) ¡Vieja lagarta recocida!
La Poncia: (Entre
dientes) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
Bernarda:
(Dando un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado sea Dios!
Todas: (Santiguándose) Sea por siempre bendito y alabado.
Bernarda:
¡Descansa en paz con la santa
compaña de
cabecera!
Todas:
¡Descansa en paz!
Bernarda:
Con el ángel San Miguel
y su espada
justiciera
Todas:
¡Descansa en paz!
Bernarda:
Con la llave que todo lo abre
y la mano que todo lo
cierra.
Todas:
¡Descansa en paz!
Bernarda:
Con los bienaventurados
y las lucecitas del
campo.
Todas:
¡Descansa en paz!
Bernarda:
Con nuestra santa caridad
y las almas de tierra y
mar.
Todas:
¡Descansa en paz!
Bernarda: Concede el reposo a
tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
Todas:
Amén.
Bernarda: (Se pone de pie y canta)
"Réquiem aeternam dona eis, Domine".
Todas:
(De pie y cantando al modo gregoriano)
"Et lux perpetua luceat eis".
(Se santiguan)
Mujer 1: Salud para rogar por su alma.
(Van
desfilando)
Mujer 3: No te faltará la hogaza de pan caliente.
Mujer 2: Ni el techo para tus hijas.
(Van desfilando
todas por delante de Bernarda y saliendo. Sale Angustias por otra puerta, la que
da al patio)
Mujer 4: El mismo trigo de tu casamiento lo
sigas disfrutando.
La Poncia: (Entrando con una bolsa) De
parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos.
Bernarda:
Dales las gracias y échales una copa de aguardiente.
Muchacha:
(A Magdalena) Magdalena...
Bernarda: (A Magdalena,
que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón.) (Salen todas.) (A
las que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis
visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta.
La
Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y
el veneno de sus lenguas.
Amelia: ¡Madre, no hable usted así!
Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo
sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté
envenenada.
La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería!
Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de
cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico.
Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas
y verdes.)
Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo)
¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar
el luto de tu padre.
Martirio: Tome usted el mío.
Bernarda: ¿Y tú?
Martirio: Yo no tengo calor.
Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que
dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta
que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre
y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el arca
tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos.
Magdalena puede bordarlas.
Magdalena: Lo mismo me da.
Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados.
Así las tuyas lucirán más.
Magdalena: Ni las mías ni las
vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo
menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
Bernarda:
Eso tiene ser mujer
Magdalena: Malditas sean las mujeres.
Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el
cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón.
Eso tiene la gente que nace con posibles.
(Sale Adela.)
Voz: ¡Bernarda!, ¡déjame salir!
Bernarda: (En
voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.)
Criada: Me ha
costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte
como un roble.
Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue
igual.
Criada: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la
boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de
fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le
das.
Martirio: ¡Tiene mala intención!
Bernarda:
(A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio.
Criada: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de
amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar.
(Las
hijas ríen.)
Bernarda: Ve con ella y ten cuidado que no se
acerque al pozo.
Criada: No tengas miedo que se tire.
Bernarda: No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas
pueden verla desde su ventana.
(Sale la Criada.)
Martirio: Nos vamos a cambiar la ropa.
Bernarda:
Sí, pero no el pañuelo de la cabeza. ( Entra Adela.) ¿Y Angustias?
Adela: (Con retintín.) La he visto asomada a la rendija
del portón. Los hombres se acababan de ir.
Bernarda: ¿Y tú a qué
fuiste también al portón?
Adela: Me llegué a ver si habían puesto
las gallinas.
Bernarda: ¡Pero el duelo de los hombres habría
salido ya!
Adela: (Con intención) Todavía estaba un grupo
parado por fuera.
Bernarda: (Furiosa) ¡Angustias!
¡Angustias!
Angustias: (Entrando.) ¿Qué manda usted?
Bernarda: ¿Qué mirabas y a quién?
Angustias: A
nadie.
Bernarda: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con
el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A
quién mirabas?
(Pausa.)
Angustias: Yo...
Bernarda: ¡Tú!
Angustias: ¡A nadie!
Bernarda: (Avanzando con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona!
(Le da)
La Poncia: (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate!
(La sujeta) (Angustias llora.)
Bernarda: ¡Fuera de aquí
todas! (Salen)
La Poncia: Ella lo ha hecho sin dar alcance
a lo que hacía, que está francamente mal. ¡Ya me chocó a mí verla escabullirse
hacia el patio! Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que
traían los hombres, que, como siempre, no se puede oír.
Bernarda:
¡A eso vienen a los duelos! (Con curiosidad) ¿De qué hablaban?
La Poncia: Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido
a un pesebre y a ella se la llevaron a la grupa del caballo hasta lo alto del
olivar.
Bernarda: ¿Y ella?
La Poncia: Ella, tan
conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida
como si tocara la guitarra. ¡Un horror!
Bernarda: ¿Y qué pasó?
La Poncia: Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la
Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza.
Bernarda: Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo.
La Poncia: Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que
fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son
capaces de eso.
Bernarda: No, pero les gusta verlo y comentarlo,
y se chupan los dedos de que esto ocurra.
La Poncia: Contaban
muchas cosas más.
Bernarda: (Mirando a un lado y a otro con
cierto temor) ¿Cuáles?
La Poncia: Me da vergüenza referirlas.
Bernarda: Y mi hija las oyó.
La Poncia: ¡Claro!
Bernarda: Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos
de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar
para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte demasiado!
La Poncia: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer!
Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta.
Bernarda: Treinta y nueve justos.
La Poncia:
Figúrate. Y no ha tenido nunca novio...
Bernarda:
(Furiosa) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden
pasarse muy bien.
La Poncia: No he querido ofenderte.
Bernarda: No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda
acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las
entregue a cualquier gañán?
La Poncia: Debías haberte ido a otro
pueblo.
Bernarda: Eso, ¡a venderlas!
La Poncia:
No, Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las
pobres!
Bernarda: ¡Calla esa lengua atormentadora!
La
Poncia: Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza?
Bernarda: No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!
Criada: (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a
arreglar las particiones.
Bernarda: Vamos. (A la Criada.)
Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en
el arca grande toda la ropa del muerto.
La Poncia: Algunas cosas
las podríamos dar...
Bernarda: Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo
con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente apoyada en el bastón y al
salir vuelve la cabeza y mira a sus criadas. Las criadas salen después.)
(Entran Amelia y Martirio.)
Amelia: ¿Has tomado la
medicina?
Martirio: ¡Para lo que me va a servir!
Amelia: Pero la has tomado.
Martirio: Yo hago las
cosas sin fe, pero como un reloj.
Amelia: Desde que vino el
médico nuevo estás más animada.
Martirio: Yo me siento lo mismo.
Amelia: ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo.
Martirio: Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al tranco de
la calle. Antes era alegre; ahora ni polvos echa en la cara.
Amelia:
Ya no sabe una si es mejor tener novio o no.
Martirio: Es lo
mismo.
Amelia: De todo tiene la culpa esta crítica que no nos
deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato.
Martirio: Le tienen
miedo a nuestra madre. Es la única que conoce la historia de su padre y el
origen de sus tierras. Siempre que viene le tira puñaladas el asunto. Su padre
mató en Cuba al marido de primera mujer para casarse con ella. Luego aquí la
abandonó y se fue con otra que tenía una hija y luego tuvo relaciones con esta
muchacha, la madre de Adelaida, y se casó con ella después de haber muerto loca
la segunda mujer.
Amelia: Y ese infame, ¿por qué no está en la
cárcel?
Martirio: Porque los hombres se tapan unos a otros las
cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar.
Amelia: Pero
Adelaida no tiene culpa de esto.
Martirio: No, pero las cosas se
repiten. Y veo que todo es una terrible repetición. Y ella tiene el mismo sino
de su madre y de su abuela, mujeres las dos del que la engendró.
Amelia: ¡Qué cosa más grande!
Martirio: Es
preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el
corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y
zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por temor de encontrarme de pronto
abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado
definitivamente de mí.
Amelia: ¡Eso no digas! Enrique Humanes
estuvo detrás de ti y le gustabas.
Martirio: ¡Invenciones de la
gente! Una vez estuve en camisa detrás de la ventana hasta que fue de día,
porque me avisó con la hija de su gañán que iba a venir, y no vino. Fue todo
cosa de lenguas. Luego se casó con otra que tenía más que yo.
Amelia:
¡Y fea como un demonio!
Martirio: ¡Qué les importa a ellos la
fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé
de comer.
Amelia: ¡Ay!
(Entra Magdalena.)
Magdalena: ¿Qué hacéis?
Martirio: Aquí.
Amelia: ¿Y tú?
Magdalena: Vengo de correr las
cámaras. Por andar un poco. De ver los cuadros bordados en cañamazo de nuestra
abuela, el perrito de lanas y el negro luchando con el león, que tanto nos
gustaba de niñas. Aquélla era una época más alegre. Una boda duraba diez días y
no se usaban las malas lenguas. Hoy hay más finura. Las novias se ponen velo
blanco como en las poblaciones, y se bebe vino de botella, pero nos pudrimos por
el qué dirán.
Martirio: ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría!
Amelia: (A Magdalena.) Llevas desabrochados los cordones
de un zapato.
Magdalena: ¡Qué más da!
Amelia: ¡Te
los vas a pisar y te vas a caer!
Magdalena: ¡Una menos!
Martirio: ¿Y Adela?
Magdalena: ¡Ah! Se ha puesto
el traje verde que se hizo para estrenar el día de su cumpleaños, se ha ido al
corral y ha comenzado a voces: "¡Gallinas, gallinas, miradme!" ¡Me he tenido que
reír!
Amelia: ¡Si la hubiera visto madre!
Magdalena:
¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y tiene ilusión. ¡Daría algo por
verla feliz!
(Pausa. Angustias cruza la escena con unas toallas en la
mano.)
Angustias: ¿Qué hora es?
Magdalena: Ya
deben ser las doce.
Angustias: ¿Tanto?
Amelia:
¡Estarán al caer!
(Sale Angustias.)
Magdalena:
(Con intención.) ¿Sabéis ya la cosa...? (Señalando a
Angustias.)
Amelia: No.
Magdalena: ¡Vamos!
Martirio: ¡No sé a qué cosa te refieres...!
Magdalena:
Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas,
pero sin desahogaros con nadie. ¡Lo de Pepe el Romano!
Martirio:
¡Ah!
Magdalena: (Remedándola.) ¡Ah! Ya se comenta por
el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias. Anoche estuvo rondando
la casa y creo que pronto va a mandar un emisario.
Martirio: ¡Yo
me alegro! Es buen hombre.
Amelia: Yo también. Angustias tiene
buenas condiciones.
Magdalena: Ninguna de las dos os alegráis.
Martirio: ¡Magdalena! ¡Mujer!
Magdalena: Si
viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría,
pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana aquí estamos en
familia y reconocemos que está vieja, enfermiza, y que siempre ha sido la que ha
tenido menos méritos de todas nosotras, porque si con veinte años parecía un
palo vestido, ¡qué será ahora que tiene cuarenta!
Martirio: No
hables así. La suerte viene a quien menos la aguarda.
Amelia:
¡Después de todo dice la verdad! Angustias tiene el dinero de su padre, es
la única rica de la casa y por eso ahora, que nuestro padre ha muerto y ya se
harán particiones, vienen por ella!
Magdalena: Pepe el Romano
tiene veinticinco años y es el mejor tipo de todos estos contornos. Lo natural
sería que te pretendiera a ti, Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años,
pero no que venga a buscar lo más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su
padre habla con la nariz.
Martirio: ¡Puede que a él le guste!
Magdalena: ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía!
Martirio: ¡Dios nos valga!
(Entra Adela.)
Magdalena: ¿Te han visto ya las gallinas?
Adela:
¿Y qué querías que hiciera?
Amelia: ¡Si te ve nuestra madre
te arrastra del pelo!
Adela: Tenía mucha ilusión con el vestido.
Pensaba ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la noria. No hubiera habido
otro igual.
Martirio: ¡Es un vestido precioso!
Adela:
Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado Magdalena.
Magdalena: ¿Y las gallinas qué te han dicho?
Adela:
Regalarme unas cuantas pulgas que me han acribillado las piernas. (Ríen)
Martirio: Lo que puedes hacer es teñirlo de negro.
Magdalena: Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a Angustias
para la boda con Pepe el Romano.
Adela: (Con emoción
contenida.) ¡Pero Pepe el Romano...!
Amelia: ¿No lo has oído
decir?
Adela: No.
Magdalena: ¡Pues ya lo sabes!
Adela: ¡Pero si no puede ser!
Magdalena: ¡El
dinero lo puede todo!
Adela: ¿Por eso ha salido detrás del duelo
y estuvo mirando por el portón? (Pausa) Y ese hombre es capaz de...
Magdalena: Es capaz de todo.
(Pausa)
Martirio: ¿Qué piensas, Adela?
Adela: Pienso que
este luto me ha cogido en la peor época de mi vida para pasarlo.
Magdalena: Ya te acostumbrarás.
Adela:
(Rompiendo a llorar con ira) ¡No , no me acostumbraré! Yo no quiero
estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras. ¡No
quiero perder mi blancura en estas habitaciones! ¡Mañana me pondré mi vestido
verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!
(Entra la
Criada.)
Magdalena: (Autoritaria.) ¡Adela!
Criada: ¡La pobre! ¡Cuánto ha sentido a su padre! (Sale)
Martirio: ¡Calla!
Amelia: Lo que sea de una será
de todas.
(Adela se calma.)
Magdalena: Ha estado a
punto de oírte la criada.
Criada: (Apareciendo.) Pepe el
Romano viene por lo alto de la calle.
(Amelia, Martirio y Magdalena
corren presurosas.)
Magdalena: ¡Vamos a verlo!
(Salen rápidas.)
Criada: (A Adela.) ¿Tú no
vas?
Adela: No me importa.
Criada: Como dará la
vuelta a la esquina, desde la ventana de tu cuarto se verá mejor. (Sale la
Criada.)
(Adela queda en escena dudando. Después de un instante se va
también rápida hacia su habitación. Salen Bernarda y la Poncia.)
Bernarda: ¡Malditas particiones!
La Poncia:
¡Cuánto dinero le queda a Angustias!
Bernarda: Sí.
La Poncia: Y a las otras, bastante menos.
Bernarda:
Ya me lo has dicho tres veces y no te he querido replicar. Bastante menos,
mucho menos. No me lo recuerdes más.
(Sale Angustias muy compuesta de
cara.)
Bernarda: ¡Angustias!
Angustias: Madre.
Bernarda: ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la cara?
¿Has tenido valor de lavarte la cara el día de la misa de tu padre?
Angustias: No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya
no lo recuerda usted?
Bernarda: ¡Más debes a este hombre, padre
de tus hermanas, que al tuyo! Gracias a este hombre tienes colmada tu fortuna.
Angustias: ¡Eso lo teníamos que ver!
Bernarda:
¡Aunque fuera por decencia! ¡Por respeto!
Angustias: Madre,
déjeme usted salir.
Bernarda: ¿Salir? Después que te hayas
quitado esos polvos de la cara. ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le
quita violentamente con su pañuelo los polvos) ¡Ahora vete!
La
Poncia: ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva!
Bernarda: Aunque
mi madre esté loca yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que
hago.
(Entran todas.)
Magdalena: ¿Qué pasa?
Bernarda: No pasa nada.
Magdalena: (A
Angustias.) Si es que discutís por las particiones, tú, que eres la más
rica, te puedes quedar con todo.
Angustias: ¡Guárdate la lengua
en la madriguera!
Bernarda: (Golpeando con el bastón en el
suelo.) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo. ¡Hasta que
salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!
(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de
Bernarda, viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.)
María Josefa: Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que
tengo quiero que sea para vosotras, ni mis anillos, ni mi traje negro de moaré,
porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! ¡Bernarda, dame mi
gargantilla de perlas!
Bernarda: (A la Criada.) ¿Por qué
la habéis dejado entrar?
Criada: (Temblando.) ¡Se me
escapó!
María Josefa: Me escapé porque me quiero casar, porque
quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los
hombres huyen de las mujeres.
Bernarda: ¡Calle usted, madre!
María Josefa: No, no callo. No quiero ver a estas mujeres
solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a
mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría!
Bernarda: ¡Encerradla!
María Josefa: ¡Déjame
salir, Bernarda!
(La Criada coge a María Josefa.)
Bernarda: ¡Ayudarla vosotras!
(Todas arrastran a la
vieja.)
María Josefa: ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A
casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar!
Telón rápido.
Acto segundo
Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la
izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas
bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia.
Angustias: Ya he cortado la tercer sábana.
Martirio:
Le corresponde a Amelia.
Magdalena: Angustias, ¿pongo también
las iniciales de Pepe?
Angustias: (Seca.) No.
Magdalena: (A voces.) Adela, ¿no vienes?
Amelia: Estará echada en la cama.
La Poncia: Ésa
tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una
lagartija entre los pechos.
Martirio: No tiene ni más ni menos
que lo que tenemos todas.
Magdalena: Todas, menos Angustias.
Angustias: Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente.
Magdalena: Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has
tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza.
Angustias:
Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.
Magdalena:
¡A lo mejor no sales!
Martirio: ¡Dejar esa conversación!
Angustias: Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros
en la cara!
Magdalena: Por un oído me entra y por otro me sale.
Amelia: (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si
nos entra un poco el fresco.
(La Poncia lo hace.)
Martirio: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor.
Amelia: ¡Yo tampoco!
Magdalena: Yo me levanté a
refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
La Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra.
También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
Magdalena: (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
Angustias: Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
Amelia: Se iría a eso de la una y media.
Angustias:
Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
Amelia: Lo sentí toser y oí los
pasos de su jaca.
La Poncia: ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso
de las cuatro!
Angustias: ¡No sería él!
La Poncia:
¡Estoy segura!
Amelia: A mí también me pareció...
Magdalena: ¡Qué cosa más rara!
(Pausa.)
La Poncia: Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez
que se acercó a tu ventana?
Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir?
Cosas de conversación.
Martirio: Verdaderamente es raro que dos
personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
Angustias: Pues a mí no me chocó.
Amelia: A mí me
daría no sé qué.
Angustias: No, porque cuando un hombre se acerca
a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a
decir que sí.
Martirio: Bueno, pero él te lo tendría que decir.
Angustias: ¡Claro!
Amelia: (Curiosa.) ¿Y
cómo te lo dijo?
Angustias: Pues, nada: "Ya sabes que ando detrás
de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la
conformidad."
Amelia: ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
Angustias: Y a mí, ¡pero hay que pasarlas!
La Poncia:
¿Y habló más?
Angustias: Sí, siempre habló él.
Martirio: ¿Y tú?
Angustias: Yo no hubiera podido.
Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de
noche con un hombre.
Magdalena: Y un hombre tan guapo.
Angustias: No tiene mal tipo.
La Poncia: Esas
cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la
mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana...
¡Ja, ja, ja!
Amelia: ¿Qué pasó?
La Poncia: Era muy
oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: "Buenas noches." "Buenas noches",
le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por
todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por
los hierros, y dijo con voz muy baja: "¡Ven que te tiente!"
(Ríen
todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)
Amelia: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre.
Magdalena: ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.)
Amelia: Chisst... ¡Que nos va a oír!
La Poncia:
Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar
colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de
todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y
luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un
rincón.
Amelia: Tú te conformaste.
La Poncia: ¡Yo
pude con él!
Martirio: ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
La Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto.
Magdalena:
¡Así debían ser todas las mujeres!
La Poncia: Yo tengo la
escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines
con la mano del almirez. (Ríen)
Magdalena: Adela, niña, no
te pierdas esto.
Amelia: Adela. (Pausa.)
Magdalena: ¡Voy a ver! (Entra.)
La Poncia:
¡Esa niña está mala!
Martirio: Claro, ¡no duerme apenas!
La Poncia: Pues, ¿qué hace?
Martirio: ¡Yo qué sé
lo que hace!
La Poncia: Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes
pared por medio.
Angustias: La envidia la come.
Amelia: No exageres.
Angustias: Se lo noto en los
ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
Martirio: No habléis de
locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale Magdalena con Adela.)
Magdalena: Pues, ¿no
estabas dormida?
Adela: Tengo mal cuerpo.
Martirio:
(Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
Adela: Sí.
Martirio: ¿Entonces?
Adela:
(Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte
en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
Martirio:
¡Sólo es interés por ti!
Adela: Interés o inquisición. ¿No
estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las
habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
Criada:
(Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes.
(Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.)
Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son
frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve
la cabeza cuando yo pase.
(Se va Martirio.)
La Poncia:
¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere!
Adela:
Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No
me deja respirar. Y siempre: "¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que
no va a ser para nadie!" ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera!
La Poncia: (Con intención y en voz baja.) De Pepe el
Romano, ¿no es eso?
Adela: (Sobrecogida.) ¿Qué dices?
La Poncia: ¡Lo que digo, Adela!
Adela: ¡Calla!
La Poncia: (Alto.) ¿Crees que no me he fijado?
Adela: ¡Baja la voz!
La Poncia: ¡Mata esos
pensamientos!
Adela: ¿Qué sabes tú?
La Poncia: Las
viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
Adela: ¡Ciega debías estar!
La Poncia: Con la
cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho
que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz
encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar
con tu hermana?
Adela: ¡Eso no es verdad!
La Poncia:
¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano
te gusta te aguantas. (Adela llora.) Además, ¿quién dice que no te puedas
casar con él? Tu hermana Angustias es una enferma. Ésa no resiste el primer
parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se
morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se
casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza,
olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios.
Adela:
¡Calla!
La Poncia: ¡No callo!
Adela: Métete en
tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida!
La Poncia: ¡Sombra tuya he de ser!
Adela: En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus
muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para
babosear en ellos.
La Poncia: ¡Velo! Para que las gentes no
escupan al pasar por esta puerta.
Adela: ¡Qué cariño tan grande
te ha entrado de pronto por mi hermana!
La Poncia: No os tengo
ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
Adela: Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti,
que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego
que tengo levantado por piernas y boca. ¿ Qué puedes decir de mí? Que me
encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista que
tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos.
La Poncia:
No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender
luces y hacer que toquen las campanas.
Adela: Trae cuatro mil
bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que
suceda lo que tiene que suceder.
La Poncia: ¡Tanto te gusta ese
hombre!
Adela: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su
sangre lentamente.
La Poncia: Yo no te puedo oír.
Adela: ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más
fuerte que tú!
(Entra Angustias.)
Angustias:
¡Siempre discutiendo!
La Poncia: Claro, se empeña en que, con
el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.
Angustias: ¿Me compraste el bote de esencia?
La
Poncia: El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto.
(Sale Angustias.)
Adela: ¡Y chitón!
La
Poncia: ¡Lo veremos!
(Entran Martirio, Amelia y Magdalena)
Magdalena: (A Adela) ¿Has visto los encajes?
Amelia: Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
Adela: (A Martirio, que trae unos encajes) ¿Y éstos?
Martirio: Son para mí. Para una camisa.
Adela:
(Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor!
Martirio:
(Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
La Poncia: Nadie la ve a una en camisa.
Martirio:
(Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa
interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me
quedan.
La Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de
niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver
si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar
cosiendo mañana y tarde.
Magdalena: Yo no pienso dar una puntada.
Amelia: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las
vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes.
La Poncia:
Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
Martirio: Pues vete a servir con ellas.
La Poncia:
No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento!
(Se oyen unos
campanillos lejanos, como a través de varios muros.)
Magdalena:
Son los hombres que vuelven al trabajo.
La Poncia: Hace un
minuto dieron las tres.
Martirio: ¡Con este sol!
Adela: (Sentándose) ¡Ay, quién pudiera salir también a los
campos!
Magdalena: (Sentándose) ¡Cada clase tiene que
hacer lo suyo!
Martirio: (Sentándose) ¡Así es!
Amelia: (Sentándose) ¡Ay!
La Poncia: No hay
alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los
segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos.
Magdalena: ¿De
dónde son este año?
La Poncia: De muy lejos. Vinieron de los
montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras!
Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un
acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi
de lejos. El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes, apretado como una
gavilla de trigo.
Amelia: ¿Es eso cierto?
Adela:
¡Pero es posible!
La Poncia: Hace años vino otra de éstas y
yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas
cosas.
Adela: Se les perdona todo.
Amelia: Nacer
mujer es el mayor castigo.
Magdalena: Y ni nuestros ojos siquiera
nos pertenecen.
(Se oye un canto lejano que se va acercando.)
La Poncia: Son ellos. Traen unos cantos preciosos.
Amelia: Ahora salen a segar.
Coro:
Ya salen los segadores
en busca de las espigas;
se llevan
los corazones
de las muchachas que miran.
(Se oyen panderos y
carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio traspasado por el sol.)
Amelia: ¡Y no les importa el calor!
Martirio:
Siegan entre llamaradas.
Adela: Me gustaría segar para ir y
venir. Así se olvida lo que nos muerde.
Martirio: ¿Qué tienes tú
que olvidar?
Adela: Cada una sabe sus cosas.
Martirio:
(Profunda.) ¡Cada una!
La Poncia: ¡Callar! ¡Callar!
Coro: (Muy lejano.)
Abrir puertas y ventanas
las que vivís en el pueblo;
el
segador pide rosas
para adornar su sombrero.
La Poncia:
¡Qué canto!
Martirio: (Con nostalgia.)
Abrir puertas y ventanas
las que vivís en el
pueblo...
Adela: (Con pasión.)
... el segador pide rosas
para adornar su
sombrero.
(Se va alejando el cantar.)
La Poncia:
Ahora dan la vuelta a la esquina.
Adela: Vamos a verlos por
la ventana de mi cuarto.
La Poncia: Tened cuidado con no
entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira.
(Se van las tres. Martirio queda sentada en la silla baja con la
cabeza entre las manos.)
Amelia: (Acercándose.) ¿Qué
te pasa?
Martirio: Me sienta mal el calor.
Amelia:
¿No es más que eso?
Martirio: Estoy deseando que llegue
noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano
interminable.
Amelia: Ya pasará y volverá otra vez.
Martirio: ¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste anoche?
Amelia: No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué?
Martirio: Por nada, pero me pareció oír gente en el corral.
Amelia: ¿Sí?
Martirio: Muy tarde.
Amelia: ¿Y no tuviste miedo?
Martirio: No. Ya lo
he oído otras noches.
Amelia: Debíamos tener cuidado. ¿No serían
los gañanes?
Martirio: Los gañanes llegan a las seis.
Amelia: Quizá una mulilla sin desbravar.
Martirio:
(Entre dientes y llena de segunda intención.) ¡Eso, eso!, una mulilla
sin desbravar.
Amelia: ¡Hay que prevenir!
Martirio:
¡No, no! No digas nada. Puede ser un barrunto mío.
Amelia:
Quizá.
(Pausa. Amelia inicia el mutis.)
Martirio:
Amelia.
Amelia: (En la puerta.) ¿Qué?
(Pausa.)
Martirio: Nada.
(Pausa.)
Amelia: ¿Por qué me llamaste?
(Pausa)
Martirio: Se me escapó. Fue sin darme cuenta.
(Pausa)
Amelia: Acuéstate un poco.
Angustias: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un
gran contraste con los silencios anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe
que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo tiene?
Martirio: Ninguna.
Amelia: Ni que Pepe fuera un
San Bartolomé de plata.
Angustias: ¿Dónde está el retrato?
(Entran La Poncia, Magdalena y Adela.)
Adela: ¿Qué
retrato?
Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido.
Magdalena: ¿Tienes la desvergüenza de decir esto?
Angustias: Estaba en mi cuarto y no está.
Martirio:
¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la
luna.
Angustias: ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo
contaré.
La Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mirando
Adela.)
Angustias: ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo
tiene!
Adela: (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas, menos
yo!
Martirio: (Con intención.) ¡Desde luego!
Bernarda: (Entrando con su bastón.) ¿Qué escándalo es éste
en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído
pegado a los tabiques.
Angustias: Me han quitado el retrato de mi
novio.
Bernarda: (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién?
Angustias: ¡Éstas!
Bernarda: ¿Cuál de vosotras?
(Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.) Registra los
cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a
soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura?
Angustias: Sí.
Bernarda: ¿Lo has buscado bien?
Angustias: Sí,
madre.
(Todas están en medio de un embarazoso silencio.)
Bernarda: Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más
amargo que una madre puede resistir. (A Poncia.) ¿No lo encuentras?
La Poncia: (Saliendo.) Aquí está.
Bernarda:
¿Dónde lo has encontrado?
La Poncia: Estaba...
Bernarda: Dilo sin temor.
La Poncia:
(Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
Bernarda: (A Martirio.) ¿Es verdad?
Martirio:
¡Es verdad!
Bernarda: (Avanzando y golpeándola con el
bastón.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios!
Martirio: (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre!
Bernarda: ¡Todo lo que quiera!
Martirio: ¡Si yo la
dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!
La Poncia: No faltes a tu madre.
Angustias: (Cogiendo a Bernarda.) Déjela. ¡Por favor!
Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
Martirio: No voy a llorar para darle gusto.
Bernarda:
¿Por qué has cogido el retrato?
Martirio: ¿Es que yo no puedo
gastar una broma a mi hermana? ¿Para qué otra cosa lo iba a querer?
Adela: (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú
no has gustado nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por
querer salir. Dilo ya claramente.
Martirio: ¡Calla y no me hagas
hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza!
Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!
Bernarda: ¡Adela!
Magdalena: Estáis locas.
Amelia: Y nos apedreáis con malos pensamientos.
Martirio: Otras hacen cosas más malas.
Adela:
Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.
Bernarda: ¡Perversa!
Angustias: Yo no tengo la
culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.
Adela: ¡Por tus
dineros!
Angustias: ¡Madre!
Bernarda: ¡Silencio!
Martirio: Por tus marjales y tus arboledas.
Magdalena:
¡Eso es lo justo!
Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la
tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de
odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco
cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas
se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta
desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un
golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda,
¡acuérdate que ésta es tu obligación!
La Poncia: ¿Puedo hablar?
Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una
extraña en el centro de la familia.
La Poncia: Lo visto, visto
está.
Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida.
La Poncia: Hay que retirarla de aquí.
Bernarda: No
a ella. ¡A él!
La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí!
Piensas bien.
Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni
se deben pensar. Yo ordeno.
La Poncia: ¿Y tú crees que él querrá
marcharse?
Bernarda: (Levantándose.) ¿Qué imagina tu
cabeza?
La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias!
Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes
preparada la cuchilla.
La Poncia: Nunca pensé que se llamara
asesinato al aviso.
Bernarda: ¿Me tienes que prevenir algo?
La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos
y verás.
Bernarda: ¿Y verás qué?
La Poncia:
Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas.
Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos.
Ahora estás ciega.
Bernarda: ¿Te refieres a Martirio?
La Poncia: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué
habrá escondido el retrato?
Bernarda: (Queriendo ocultar a su
hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede
ser?
La Poncia: (Con sorna.) ¿Tú lo crees así?
Bernarda: (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así!
La
Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente,
¿qué sería?
Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.
La Poncia: (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa
una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus
hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la
dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la
ventana le mandaste recado que no viniera?
Bernarda:
(Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los
Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán.
La Poncia: ¡Y así
te va a ti con esos humos!
Bernarda: Los tengo porque puedo
tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.
La Poncia: (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya
vieja, siempre agradecí tu protección.
Bernarda:
(Crecida.) ¡No lo parece!
La Poncia: (Con odio
envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto.
Bernarda:
Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande»
que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día
estáte segura que no traspasaría las paredes.
La Poncia: ¡Eso no
lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos
escondidos.
Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas
camino del lupanar!
La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!
Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se
queda para alguna mujer ya difunta...
La Poncia: (Fiera.)
¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre!
Bernarda: ¡No me
persigas tú con tus malos pensamientos!
(Pausa.)
La
Poncia: Mejor será que no me meta en nada.
Bernarda: Eso es
lo que debías hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a
sueldo.
La Poncia: Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe
estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela?
Bernarda:
No me parece.
La Poncia: (Con intención.) Adela. ¡Ésa
es la verdadera novia del Romano!
Bernarda: Las cosas no son
nunca a gusto nuestro.
La Poncia: Pero les cuesta mucho trabajo
desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con
Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la
suya!
Bernarda: ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para
llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance
de todo lo que dices te tendría que arañar.
La Poncia: ¡No
llegará la sangre al río!
Bernarda: ¡Afortunadamente mis hijas me
respetan y jamás torcieron mi voluntad!
La Poncia: ¡Eso sí! Pero
en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado.
Bernarda:
¡Ya las bajaré tirándoles cantos!
La Poncia: ¡Desde luego
eres la más valiente!
Bernarda: ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!
La Poncia: ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay que ver el
entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy picado! Ayer me
contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que pasó por la
calle con la yunta, estaban hablando todavía.
Bernarda: ¡A las
cuatro y media!
Angustias: (Saliendo.) ¡Mentira!
La Poncia: Eso me contaron.
Bernarda: (A
Angustias.) ¡Habla!
Angustias: Pepe lleva más de una semana
marchándose a la una. Que Dios me mate si miento.
Martirio:
(Saliendo.) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro.
Bernarda: Pero, ¿lo viste con tus ojos?
Martirio:
No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la ventana del callejón?
Angustias: Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.
(Aparece Adela en la puerta.)
Martirio:
Entonces...
Bernarda: ¿Qué es lo que pasa aquí?
La
Poncia: ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de
la madrugada en una reja de tu casa.
Bernarda: ¿Lo sabes seguro?
La Poncia: Seguro no se sabe nada en esta vida.
Adela:
Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas.
Bernarda:
¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos
testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a
veces una ola de fango que levantan los demás para perdernos.
Martirio: A mí no me gusta mentir.
La Poncia: Y
algo habrá.
Bernarda: No habrá nada. Nací para tener los ojos
abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera.
Angustias: Yo tengo derecho de enterarme.
Bernarda:
Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la
Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un
paso que yo no sienta!
Criada: (Entrando.) ¡En lo alto de
la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas!
Bernarda: (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa!
(Las mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres
ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio!
(Salen y sale
Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan
escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.)
Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.
Adela: También hubiera hablado yo.
Martirio: ¿Y
qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!
Adela: Hace la que puede y
la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
Martirio: No
seguirás mucho tiempo.
Adela: ¡Lo tendré todo!
Martirio: Yo romperé tus abrazos.
Adela:
(Suplicante.) ¡Martirio, déjame!
Martirio: ¡De
ninguna!
Adela: ¡Él me quiere para su casa!
Martirio:
¡He visto cómo te abrazaba!
Adela: Yo no quería. He ido como
arrastrada por una maroma.
Martirio: ¡Primero muerta!
(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)
La Poncia: (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda!
Bernarda: ¿Qué ocurre?
La Poncia: La hija de la
Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
Adela:
¿Un hijo?
La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo
metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas
criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el
tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle
abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo,
dando unas voces que estremecen los campos.
Bernarda: Sí, que
vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para
matarla.
Adela: ¡No, no, para matarla no!
Martirio:
Sí, y vamos a salir también nosotras.
Bernarda: Y que pague
la que pisotea su decencia.
(Fuera su oye un grito de mujer y un gran
rumor.)
Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe!
Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que
lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!
Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!
Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla!
Telón rápido.
Acto tercero
Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa
de Bernarda. Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las
puertas, iluminadas por la luz de los interiores, dan un tenue fulgor a la
escena. En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y
sus hijas. La Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte.
(Al
levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y
cubiertos.)
Prudencia: Ya me voy. Os he hecho una visita
larga. (Se levanta.)
Bernarda: Espérate, mujer. No nos
vemos nunca.
Prudencia: ¿Han dado el último toque para el
rosario?
La Poncia: Todavía no.
(Prudencia se
sienta.)
Bernarda: ¿Y tu marido cómo sigue?
Prudencia: Igual.
Bernarda: Tampoco lo vemos.
Prudencia: Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus
hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone una
escalera y salta las tapias del corral.
Bernarda: Es un verdadero
hombre. ¿Y con tu hija...?
Prudencia: No la ha perdonado.
Bernarda: Hace bien.
Prudencia: No sé qué te diga.
Yo sufro por esto.
Bernarda: Una hija que desobedece deja de ser
hija para convertirse en una enemiga.
Prudencia: Yo dejo que el
agua corra. No me queda más consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me
estoy quedando sin vista tendré que dejar de venir para que no jueguen con una
los chiquillos. (Se oye un gran golpe, como dado en los muros.) ¿Qué es
eso?
Bernarda: El caballo garañón, que está encerrado y da coces
contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo y que salga al corral! ( En voz
baja.) Debe tener calor.
Prudencia: ¿Vais a echarle las
potras nuevas?
Bernarda: Al amanecer.
Prudencia:
Has sabido acrecentar tu ganado.
Bernarda: A fuerza de dinero
y sinsabores.
La Poncia: (Interviniendo.) ¡Pero tiene la
mejor manada de estos contornos! Es una lástima que esté bajo de precio.
Bernarda: ¿Quieres un poco de queso y miel?
Prudencia:
Estoy desganada.
(Se oye otra vez el golpe.)
La
Poncia: ¡Por Dios!
Prudencia: ¡Me ha retemblado dentro del
pecho!
Bernarda: (Levantándose furiosa) ¿Hay que decir las
cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en los montones de paja! (Pausa, y
como hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra, pero
dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y
se sienta otra vez.) ¡Ay, qué vida!
Prudencia: Bregando como
un hombre.
Bernarda: Así es. (Adela se levanta de la
mesa.) ¿Dónde vas?
Adela: A beber agua.
Bernarda:
(En alta voz.) Trae un jarro de agua fresca. (A Adela.) Puedes
sentarte. (Adela se sienta.)
Prudencia: Y Angustias,
¿cuándo se casa?
Bernarda: Vienen a pedirla dentro de tres días.
Prudencia: ¡Estarás contenta!
Angustias: ¡Claro!
Amelia: (A Magdalena.) ¡Ya has derramado la sal!
Magdalena: Peor suerte que tienes no vas a tener.
Amelia: Siempre trae mala sombra.
Bernarda:
¡Vamos!
Prudencia: (A Angustias.) ¿Te ha regalado ya
el anillo?
Angustias: Mírelo usted. (Se lo alarga.)
Prudencia: Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas
significaban lágrimas..
Angustias: Pero y a las cosas han
cambiado.
Adela: Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo
mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes.
Prudencia:
Es más propio.
Bernarda: Con perlas o sin ellas las cosas son
como una se las propone.
Martirio: O como Dios dispone.
Prudencia: Los muebles me han dicho que son preciosos.
Bernarda: Dieciséis mil reales he gastado.
La Poncia:
(Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna.
Prudencia: Nunca vi un mueble de éstos.
Bernarda:
Nosotras tuvimos arca.
Prudencia: Lo preciso es que todo sea
para bien.
Adela: Que nunca se sabe.
Bernarda: No
hay motivo para que no lo sea.
(Se oyen lejanísimas unas campanas.)
Prudencia: El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a
que me enseñes la ropa.
Angustias: Cuando usted quiera.
Prudencia: Buenas noches nos dé Dios.
Bernarda:
Adiós, Prudencia.
Las cinco a la vez: Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale Prudencia.)
Bernarda: Ya hemos
comido. (Se levantan.)
Adela: Voy a llegarme hasta el
portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco.
(Magdalena
se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.)
Amelia:
Yo voy contigo.
Martirio: Y yo.
Adela: (Con
odio contenido.) No me voy a perder.
Amelia: La noche quiere
compaña.
(Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la
mesa.)
Bernarda: Ya te he dicho que quiero que hables con tu
hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar.
Angustias: Usted sabe que ella no me quiere.
Bernarda:
Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero
quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
Angustias:
Sí.
Bernarda: Pues ya está.
Magdalena:
(Casi dormida.) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se
duerme.)
Angustias: Tarde me parece.
Bernarda:
¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
Angustias: A las
doce y media.
Bernarda: ¿Qué cuenta Pepe?
Angustias:
Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si
le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras
preocupaciones.»
Bernarda: No le debes preguntar. Y cuando te
cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás
disgustos.
Angustias: Yo creo, madre, que él me oculta muchas
cosas.
Bernarda: No procures descubrirlas, no le preguntes y,
desde luego, que no te vea llorar jamás.
Angustias: Debía estar
contenta y no lo estoy.
Bernarda: Eso es lo mismo.
Angustias: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me
borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las que
levantan los rebaños.
Bernarda: Eso son cosas de debilidad.
Angustias: ¡Ojalá!
Bernarda: ¿Viene esta noche?
Angustias: No. Fue con su madre a la capital.
Bernarda: Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
Angustias: Está dormida.
(Entran Adela, Martirio y
Amelia.)
Amelia: ¡Qué noche más oscura!
Adela:
No se ve a dos pasos de distancia.
Martirio: Una buena noche
para ladrones, para el que necesite escondrijo.
Adela: El caballo
garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo
lo oscuro.
Amelia: Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
Adela: Tiene el cielo unas estrellas como puños.
Martirio: Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar
el cuello.
Adela: ¿Es que no te gustan a ti?
Martirio:
A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro
de las habitaciones tengo bastante.
Adela: Así te va a ti.
Bernarda: A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
Angustias: Buenas noches.
Adela: ¿Ya te acuestas?
Angustias: Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)
Adela: Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un
relámpago se dice:
Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con
papel y agua bendita?
Bernarda: Los antiguos sabían muchas
cosas que hemos olvidado.
Amelia: Yo cierro los ojos para no
verlas.
Adela: Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo
que está quieto y quieto años enteros.
Martirio: Pero estas cosas
nada tienen que ver con nosotros.
Bernarda: Y es mejor no pensar
en ellas.
Adela: ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme
hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo.
Bernarda:
Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
Amelia: Está en el primer
sueño.
Bernarda: ¡Magdalena!
Magdalena:
(Disgustada.) ¡Dejarme en paz!
Bernarda: ¡A la cama!
Magdalena: (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una
tranquila! (Se va refunfuñando.)
Amelia: Buenas noches.
(Se va.)
Bernarda: Andar vosotras también.
Martirio: ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias?
Bernarda: Fue de viaje.
Martirio: (Mirando a
Adela.) ¡Ah!
Adela: Hasta mañana. (Sale.)
(Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del
corral. Sale La Poncia.)
La Poncia: ¿Estás todavía aquí?
Bernarda: Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte
alguna « la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.
La Poncia:
Bernarda, dejemos esa conversación.
Bernarda: En esta casa no
hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
La Poncia: No
pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en
alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos.
Bernarda: Mis hijas tienen la respiración tranquila.
La Poncia: Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí, con
servir tu casa tengo bastante.
Bernarda: Ahora te has vuelto
callada.
La Poncia: Me estoy en mi sitio, y en paz.
Bernarda: Lo que pasa es que no tienes nada que decir. Si en esta
casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del
vecindario.
La Poncia: Yo tapo más de lo que te figuras.
Bernarda: ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana?
¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa?
La Poncia:
No dicen nada.
Bernarda: Porque no pueden. Porque no hay
carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto!
La
Poncia: Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no
estés segura.
Bernarda: ¡Segurísima!
La Poncia: ¡A
lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te
para el corazón!
Bernarda: Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta
contra tus suposiciones.
La Poncia: Pues mejor para ti.
Bernarda: ¡No faltaba más!
Criada:
(Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo,
Bernarda?
Bernarda: (Levantándose.) Nada. Yo voy a
descansar.
La Poncia: ¿A qué hora quiere que la llame?
Bernarda: A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se
va.)
La Poncia: Cuando una no puede con el mar lo más fácil
es volver las espaldas para no verlo.
Criada: Es tan orgullosa
que ella misma se pone una venda en los ojos.
La Poncia: Yo no
puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves
este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos
barrerán a todas. Yo he dicho lo que tenía que decir.
Criada:
Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un
hombre entre mujeres solas.
La Poncia: No es toda la culpa de
Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y ésta
estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un
hombre es un hombre.
Criada: Hay quien cree que habló muchas
noches con Adela.
La Poncia: Es verdad. (En voz baja) Y
otras cosas.
Criada: No sé lo que va a pasar aquí.
La
Poncia: A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra..
Criada: Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada
pase.
La Poncia: Las cosas se han puesto ya demasiado maduras.
Adela está decidida a lo que sea, y las demás vigilan sin descanso.
Criada: ¿Y Martirio también?
La Poncia: Ésa es la
peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo
si estuviera en su mano.
Criada: ¡Es que son malas!
La
Poncia: Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida
hasta la sangre. ¡Chisssssss! (Escucha.)
Criada: ¿Qué
pasa?
La Poncia: (Se levanta.) Están ladrando los perros.
Criada: Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale
Adela en enaguas blancas y corpiño.)
La Poncia: ¿No te habías
acostado?
Adela: Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la
mesa.)
La Poncia: Yo te suponía dormida.
Adela:
Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no descansáis?
Criada:
Ahora.
(Sale Adela.)
La Poncia: Vámonos.
Criada: Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descansar en
todo el día.
La Poncia: Llévate la luz.
Criada:
Los perros están como locos.
La Poncia: No nos van a dejar
dormir.
(Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con
una oveja en los brazos.)
María Josefa:
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La
hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda,
cara de leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee,
meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén.(Ríe)
Ni tú ni yo
queremos dormir.
La puerta sola se abrirá
y en la playa nos
meteremos
en una choza de coral.
Bernarda,
cara de
leoparda.
Magdalena,
cara de hiena.
¡Ovejita!
Meee,
meee.
Vamos a los ramos del portal de Belén!
(Se va cantando.
Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta del
corral. Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro
de la escena. También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de
talle. Sale por enfrente de ella María Josefa.)
Martirio:
Abuela, ¿dónde va usted?
María Josefa: ¿Vas a abrirme la
puerta? ¿Quién eres tú?
Martirio: ¿Cómo está aquí?
María Josefa: Me escapé. ¿Tú quién eres?
Martirio:
Vaya a acostarse.
María Josefa: Tú eres Martirio, ya te veo.
Martirio, cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste.
Martirio: ¿Dónde cogió esa oveja?
María Josefa: Ya
sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es
tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara
de hiena.
Martirio: No dé voces.
María Josefa: Es
verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener
crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá
otro niño, y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una
y otra y otra. Luego nos sentaremos todos, y todos tendremos el cabello blanco y
seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espuma? Aquí no hay más que mantos de luto.
Martirio: Calle, calle.
María Josefa: Cuando mi
vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí, y
así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las
vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan.
¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero
casas abiertas, y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y
los hombres fuera, sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas
lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo. No
granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!
Martirio:
(Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
María Josefa: Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad?
Martirio: De seguro.
María Josefa:
(Llorando.)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar.
La
hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el
pan.
(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María
Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos
más.)
Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa.
Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece
Adela. Viene un poco despeinada.)
Adela: ¿Por qué me buscas?
Martirio: ¡Deja a ese hombre!
Adela: ¿Quién eres
tú para decírmelo?
Martirio: No es ése el sitio de una mujer
honrada.
Adela: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
Martirio: (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo
hable. Esto no puede seguir así.
Adela: Esto no es más que el
comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no
tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que
era mío, lo que me pertenecía.
Martirio: Ese hombre sin alma vino
por otra. Tú te has atravesado.
Adela: Vino por el dinero, pero
sus ojos los puso siempre en mí.
Martirio: Yo no permitiré que lo
arrebates. El se casará con Angustias.
Adela: Sabes mejor que yo
que no la quiere.
Martirio: Lo sé.
Adela: Sabes,
porque lo has visto, que me quiere a mí.
Martirio:
(Desesperada.) Sí.
Adela: (Acercándose.) Me
quiere a mí, me quiere a mí.
Martirio: Clávame un cuchillo si es
tu gusto, pero no me lo digas más.
Adela: Por eso procuras que no
vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí, tampoco. Ya
puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace
terrible, porque tú lo quieres también, ¡lo quieres!
Martirio:
(Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos.
¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
Adela: (En un arranque, y abrazándola.) Martirio,
Martirio, yo no tengo la culpa.
Martirio: ¡No me abraces! No
quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte
como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
Adela: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que
se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
Martirio: ¡No será!
Adela: Ya no aguanto el horror
de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él
quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre,
perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la
corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
Martirio: ¡Calla!
Adela: Sí, sí. (En voz
baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me
importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando
le venga en gana.
Martirio: Eso no pasará mientras yo tenga una
gota de sangre en el cuerpo.
Adela: No a ti, que eres débil: a un
caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo
meñique.
Martirio: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el
corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
Adela: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido
dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto
nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se
le pone delante.)
Martirio: ¿Dónde vas?
Adela:
¡Quítate de la puerta!
Martirio: ¡Pasa si puedes!
Adela: ¡Aparta! (Lucha.)
Martirio: (A
voces.) ¡Madre, madre!
Adela: ¡Déjame!
(Aparece
Bernarda. Sale en enaguas con un mantón negro.)
Bernarda:
Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los
dedos!
Martirio: (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él!
¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
Bernarda: ¡Esa es la
cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de
presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto
hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda
nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
Magdalena:
¡Adela!
(Salen la Poncia y Angustias.)
Adela:
Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a
decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera
un león.
Angustias: ¡Dios mío! Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde
está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el
fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás
Martirio.)
Adela: ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)
Angustias: (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo
en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra casa!
Magdalena:
¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un
disparo.)
Bernarda: (Entrando.) Atrévete a buscarlo
ahora.
Martirio: (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
Adela: ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
La Poncia: ¿Pero lo habéis matado?
Martirio: ¡No!
¡Salió corriendo en la jaca!
Bernarda: No fue culpa mía. Una
mujer no sabe apuntar.
Magdalena: ¿Por qué lo has dicho entonces?
Martirio: ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre su
cabeza.
La Poncia: Maldita.
Magdalena:
¡Endemoniada!
Bernarda: Aunque es mejor así. (Se oye como
un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
La Poncia: (En la puerta.)
¡Abre!
Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la
vergüenza.
Criada: (Entrando.) ¡Se han levantado los
vecinos!
Bernarda: (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre,
porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela!
(Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón
y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
La Poncia:
(Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda
da un grito y avanza.)
La Poncia: ¡No entres!
Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de
las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen!
Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella
ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.
Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a
cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.)
Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella,
la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio,
silencio he dicho! ¡Silencio!
Día viernes 19 de junio, 1936.
Telón rápido.