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Capítulo Primero: Ésta es mi gente
Lunes 19 mayo
1997 - Nº 381
Una mujer es asesinada cada semana en España por su cónyuge celoso o despechado
M. JOSÉ DÍAZ DE TUESTA ,
Madrid
«Hay cosas más peligrosas que practicar puenting
(deporte que consiste en tirarse por un puente)». Una de ellas, según
el profesor de criminología Per Stangeland, es que la mujer se separe
de un hombre despechado, celoso patológico, que la pega y que un
mal día puede matarla. En España, según el Ministerio
del Interior, el año pasado 65 personas murieron a manos de su cónyuge,
de las cuales los expertos estiman que unas 50 -prácticamente una
por semana- eran mujeres que, separadas de sujetos con un largo historial
de amenazas, formaban parte de un grupo de alto riesgo e indefenso.
La violencia que generan los celos es universal, según los expertos, pero estos investigadores descartan que ahora haya más casos de ese tipo que antes. Al contrario, los datos indican que en una sociedad moderna las relaciones de pareja duran menos, pero existen menos celos. «En una sociedad individualista, si la pareja va mal, puede cambiarse por otra. Estos crímenes son una tragedia en la que parece no haberse visto otra salida: si el hombre hubiera sido capaz de buscarse otra mujer, el crimen podría no haber ocurrido», opina el profesor de criminología de la Universidad de Málaga Per Stangeland.
Porque la mano ejecutora, en la mayor parte de los crímenes pasionales, es la del hombre. «La mujer tiene celos pero no suele matar», continúa Stangeland. «Hay algo bastante patológico en el esquema mental de muchos hombres, que en una mala relación optan por la agresión. Pero casi nunca matan a la competencia, sino a la mujer».
El pasado día 10 de mayo, en Cuenca, un hombre asesinaba a su ex mujer con una escopeta de caza. Según las estadísticas de homicidios del Ministerio del Interior -que no distinguen el sexo de las víctimas-, en 1996 fueron asesinadas en España 65 personas. Pero, según la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas (FMSD), que se remite a datos de la policía judicial, más de 50 mujeres murieron ese año a manos del cónyuge. «El 52% fueron asesinadas tras separarse y cuando el hombre pensaba que tenían otra relación», asegura la presidenta de la FMSD, Ana María Pérez del Campo.
El hombre que acaba rematando la tragedia apunta ya maneras con anterioridad: suele ser alguien que arrastra un historial previo cuajado ("filled") de amenazas y agresiones . «La gran mayoría de los casos, una vez que el hombre empieza con una agresión física para resolver conflictos matrimoniales, va a peor. Promete y jura, pero a los dos meses le pega otra torta, y romper ese círculo vicioso es complicado», dice Stangeland.
Ejercicio de poder
«¿Crimen pasional?», clama Del Campo. «Estas muertes son puro ejercicio de poder. Los iguales no se atacan y la mayoría de estas mujeres, antes de morir, han sufrido verdadero terrorismo familiar». El perfil ("profile") del presunto asesino es: celoso patológico; agresivo; autoritario; zanja una discusión con la fuerza física; maltratador; con escasas habilidades sociales; y con una vida excesivamente centrada en la familia, de tal forma que cuando ésta se desmorona no es capaz, o al menos así lo percibe, de rehacer su vida.
Además, añádanse los celos. «En su mecanismo psicológico hay un sentimiento machista de posesión de que es mía y sólo mía, y además para siempre, que funciona a nivel desapasionado pero que se mezcla con un nivel más emocional, como es la angustia, que le lleva a obcecarse y a perder el control: hasta cierto punto puede llegar a entender la separación, pero no que se vaya con otro», manifiesta el catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco Enrique Echeburúa. «Frustraciones las tenemos todos pero, si el hombre está muy acomplejado y le abandona la mujer, lo vive como una humillación insuperable. Que en el trabajo le digan que la han visto con otro le hace perder el control, mejor matar que superar esa situación».
La venganza es más propia del hombre, añade Stangeland. Y advierte: «Es vergonzoso: miles de mujeres que viven en alto riesgo y no las protege nadie. La víctima no pide la cárcel para el amenazador, sino protección policial durante el proceso de separación». Las denuncias «pueden ser contraproducentes. De hecho se retiran muchas porque, como la pena no tiene carácter disuasorio ("deterrent power") (el maltrato se considera infracción leve cuyas penas son multa o arresto domiciliario), encrespa ("infuriates") más a la otra persona», dice Echeburua. La recuperación de un hombre con un abultado ("thick") historial violento «es escasa» . «El carácter prima sobre ("outweights") el nivel cultural y económico. Aunque sea alguien con mucho dinero y prestigio no es capaz de actuar de otra forma en sus relaciones afectivas», concluye Stangeland.
PABLO ORDAZ , Madrid
«Mercedes sabía que la muerte la acechaba y que el asesino
estaba a su lado, desgraciadamente vivía con él». Así
empieza una carta escrita por una amiga y compañera de Mercedes Colado,
la funcionaria de prisiones de 32 años asesinada el pasado sábado
por su ex marido, Pedro Rodríguez, de 36. El único hijo de
ambos, Víctor, de sólo siete años de edad, lo vio todo.
«Hace años, quizás cuatro», continúa la
carta, «Mercedes me dijo algo muy duro: si alguna vez aparezco muerta
y dicen que es un suicidio, no lo creas, haz todo lo posible para que sea
investigado; yo nunca me quitaría la vida».
Se trataba de una tragedia presentida. Mercedes guardó el secreto mientras pudo, pero luego -acosada por su ex marido- fue contándole su calvario a sus padres, a sus amigas más íntimas, a la policía y a los jueces... Todo el mundo lo sabía pero nadie fue capaz -a pesar de las 14 denuncias presentadas por Mercedes contra su ex marido- de evitar su muerte. «No pudimos parar», se lamenta en la carta su amiga, «los cartuchos que la mataron fríamente y por la espalda. Hasta ese día, Mercedes se sentía feliz con su hijo y sus amigos cerca, aunque con el miedo metido en el cuerpo, ese miedo que la acompañaba y se había convertido en su amigo inseparable desde hace años». Ha tenido que morir Mercedes para que se conozca su calvario.
Una vez obtenida la separación legal -el 26 de septiembre de 1996-, «Mercedes tuvo que abandonar su domicilio porque su ex marido alquiló el piso de al lado y la vigilaba constantemente. Había veces que, al volver de su trabajo en la prisión de Cuenca o de cenar con sus amigos, se encontraba a Pedro apostado en la escalera o vigilándola desde la ventana de enfrente. La presión era continua e inaguantable. Entonces Mercedes intentó frenar el acoso de Pedro por medio de las denuncias. Las condenas no pasaban de las simples multas, y él se reía de todo».
«Un día», concluye la carta, «Pedro, que trabaja en la empresa Extransa de conductor de una hormigonera, le echó el vehículo encima; otro, la persiguió con un cuchillo. Incluso le llegó a advertir: 'al próximo juicio no llegarás viva'». Mercedes pidió una entrevista con un juez de Cuenca, intentando que todas las denuncias se reunieran en una, que alguien tomara cartas en el asunto antes de que fuera demasiado tarde, pero...»
Pero la mató. Sobre las ocho y diez de la tarde del sábado 10 de mayo, Pedro vio a su ex mujer en la plaza de España de Cuenca en compañía de unos amigos, entre ellos el también funcionario de prisiones Julián Villanueva, con quien Mercedes compartía una incipiente relación sentimental. Pedro no detuvo su todoterreno. Según algunos testigos, se dirigió a su casa, cogió la escopeta de caza marca Beretta y la cargó con cinco cartuchos de postas. Volvió a la plaza, detuvo el vehículo y se bajó. A dos metros y medio del grupo, Pedro disparó. Una, dos, hasta cuatro veces. Los guardias civiles que lo detuvieron todavía recuerdan su frialdad.
M. J. D. DE T. ,
Madrid
Su marido se estrenó a los cuatro meses de casada. Ana María
Palominos, administrativa, de 33 años, se casó con 24, tras
año y medio de noviazgo y otro de convivencia. Tienen dos hijos.
Un día, al salir del trabajo, dos carteristas le dieron un tirón
y se quedó sin bolso. Se fue a denunciarlo a comisaría y tardó
tres cuartos de hora más en llegar a casa. Lo que le esperó,
sin mediar palabra, fue un solemne sopapo.
«Antes no intuí nada, es curioso, son tan aparentemente normales. Era muy cariñoso y me embaucó porque era un encanto», relata Ana. Luego vinieron las disculpas, lloriqueos y juramentos de amor eterno. Incluso tras una paliza le mandaba flores al trabajo. «Y no sólo te convences de que no va a volver a pasar, sino que te hace sentir culpable, me destruyó la autoestima».
«Claro que ellos tienen problemas», dice Ana. «Para empezar, son muy agresivos y también celosos. Cuando dejé de tener relaciones sexuales porque ya me maltratataba, me decía que era porque yo estaba con veinte hombres». El marido de Ana consintió en someterse a un tratamiento pero lo dejó, y otra vez volvió a comenzar el calvario.
Las amenazas eran de este tenor: «Te voy a matar y no me importa esperar», «Tú denúnciame pero yo te llevo por delante». En el camino hasta un último golpe que le llevó al quirófano, mediaron 12 denuncias . A él le condenaron a ocho meses de prisión y 275.000 pesetas de multa, en una de las pocas sentencias condenatoria por lesión.
Pero Ana lamenta que las víctimas no tengan protección: «Mantener la situación de maltrato es jugarte la vida, es suicidarte algo. Incluso así hay que denunciarlo». Ella está con sus hijos en un centro de recuperación y no se atreve a acercarse a su barrio. Él, al carecer de antecedentes, anda suelto . «Estoy nerviosa. Esa mujer (la asesinada en Cuenca) es un poco todas nosotras. Porque ella podíamos haber sido cualquiera».